sábado, 14 de enero de 2012

ÁNGELA TRIGUEROS. Jóvenes escritores en La Caja de Tusmann

Es fácil ser joven, no hay que hacer nada para serlo, es condición inexcusable en ciertas etapas de la vida. Pero no es fácil ser escritor. Para ello es necesario tener voluntad de serlo y estar dotado de ese punto de creatividad, incluso de genialidad que no todo el mundo es capaz de alcanzar.Por eso llamo la atención de la publicación "Qué ha encontrado el señor Tusmann", en la que se recogen los trabajos de poesía y relato de los ganadores del concurso"La Caja de Tusmann", en una edición digital de marzo de 2011, distribuida, conforme indica en su introducción, "de forma gratuita, solo para el formato e-Pub". Apoyaban una decisión tan difícil de nominar ganadores, en la "calidad literaria y contenido":
"Por calidad literaria aquí entendemos esa capacidad de concentrar en tan pocas páginas, un ejemplo de estilo maduro o que se ha puesto en ruta hacia la madurez. Calidad literaria es para nosotros la capacidad de utilizar, amar, amasar las palabras como (si) fueran la sangre de la materia misma. El contenido viene después y está relacionado y sujeto a la palabra y estilo".
¡Ánimo a estos jóvenes únicos y originales!
Y ¡Gracias a estos editores!
Me ha impresionado el relato de Ángela Trigueros, un proyecto de escritora y guionista cinematográfica, que empieza a recoger frutos. Lo incluyo a continuación, utilizando el regalo público de los editores:
La temperatura del cuerpo
El hombre de la esquina está muerto. Lo sé, aquella mañana lo vi allí tumbado y no respiraba. No lo toqué aunque me mataba la curiosidad saber si estaría tan frío como me imaginaba. Pero al final, la mente morbosa no se coordina con tu cuerpo cobarde, así que ni me acerqué. Siguió allí tumbado, la gente pasaba a su lado sin mirarle. Dicen que son los invisibles de las grandes ciudades, yo creo que no. Nosotros somos los ciegos. Dos días pasaron hasta que otra vagabunda dio la voz de alarma. Efectivamente, estaba helado. Cuando le tocó, las manos le empezaron a temblar y gritó. Nadie la miró. No sólo somos ciegos, sino sordos y carentes de olfato, porque ese cadáver tenía que oler muy mal. Entonces empecé a observarla. Dormía donde estaba él. Comía, donde estaba él. Y da la maldita casualidad que es enfrente de mi ventana.
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